Cómo el Estado usa tu dinero para aplastar al que innova

Hoy no os voy a hablar de teorías económicas ni de grandes cifras macro. Hoy os voy a contar una historia real, una de esas que te hielan la sangre y te hacen entender por qué este país se va por el sumidero. Es la historia de cómo el Estado, ese monstruo burocrático que alimentamos con nuestros impuestos, se ha convertido en el peor enemigo del que crea, del que arriesga y del que innova.

La historia empieza en Barcelona, en el mundo de la alta tecnología. Un puñado de emprendedores, de esos que los políticos se cansan de alabar en sus discursos vacíos, deciden apostar por el futuro. No con palabras, sino con hechos. Invierten los ahorros de su trabajo y piden créditos para comprar maquinaria de última generación. Hablamos de mecanización avanzada y, sobre todo, de impresoras 3D industriales, la tecnología que está redefiniendo la producción mundial. Son pioneros. Son valientes.

Empiezan a trabajar, a captar clientes, a generar empleo y a poner a nuestra industria en el mapa. Pagan sus impuestos religiosamente, esos mismos impuestos que mantienen en pie toda la parafernalia pública. Todo va bien, con el sudor y el riesgo que supone levantar una empresa.

Y entonces, llega el Estado. El depredador.

En el año 2023, el Tecnocampus de Mataró, un ente universitario privado, decide que también quiere jugar a ser moderno. Y con el dinero de todos –con el dinero de esos mismos emprendedores que se dejan la piel–, monta su propio departamento de impresión 3D. Pero lo monta con las cartas marcadas.

No tienen que preocuparse por la cuenta de resultados, porque sus empleados son funcionarios o asalariados pagados con dinero público. No tienen que amortizar la inversión, porque la maquinaria se ha pagado con fondos públicos. Disponen de una enorme máquina de marketing, financiada por el contribuyente, para anunciar sus nuevos y flamantes servicios.

Y aquí viene el golpe de gracia, el beso de la muerte del Estado: empiezan a ofrecer sus servicios a las empresas de la comunidad prácticamente gratis.

Imaginad la escena. Eres uno de esos emprendedores. Has arriesgado todo lo que tienes. Tienes que pagar nóminas, facturas de luz astronómicas, el leasing de unas máquinas que valen millones y, por supuesto, tus impuestos. Y de repente, la universidad de al lado, esa que tú mismo financias, llama a la puerta de tus clientes y les ofrece hacer el mismo trabajo sin coste alguno.

Es David contra un Goliat financiado con la honda del propio David. Es una ejecución.

Los clientes, como es lógico, se van en desbandada. ¿Quién va a pagar por algo que el Estado le regala? Las empresas privadas se quedan compuestas y sin novia, con sus máquinas de vanguardia cogiendo polvo y con deudas hasta el cuello. El emprendedor, aniquilado. El dinero privado, perdido. El futuro, abortado.

Esto, señoras y señores, no es un caso aislado. Es el modus operandi de un Estado socialista y clientelar que siente un profundo desprecio por la iniciativa privada. ¿Para qué quieren los políticos que haya emprendedores de éxito? Un empresario que triunfa es un hombre libre. Un empresario arruinado y dependiente es un futuro votante cautivo.

Quieren la foto, la medalla de la "innovación" y la "colaboración público-privada", pero lo que en realidad hacen es competencia desleal con el dinero de todos. Es un cáncer que corroe nuestra economía. Hoy son las impresoras 3D en Mataró. Mañana, un centro de "coworking" gratuito que arruina a las oficinas privadas. Pasado, una consultora de software pública que revienta los precios del mercado.

El Estado no debe competir; debe arbitrar, regular lo mínimo imprescindible y, sobre todo, quitarse de en medio. Su función es crear un ecosistema donde el que arriesga y trabaja pueda prosperar, no convertirse en el matón del barrio que le roba el bocadillo al más listo de la clase.

Cada vez que un "chiringuito" público le roba un cliente a un autónomo, nos están robando un trozo de futuro a todos. Están matando la gallina de los huevos de oro para presumir de tortilla en la feria del pueblo.